En ese abrirnos somos arrasados más allá de nosotros hacia la energía creativa de Dios. El camino es el de la humildad, decir nuestra palabra y decirla fielmente, cada mañana y cada tarde. Es el camino de lo simple, del abandono de la complejidad y la disociación. Nos quedamos con la divina unidad de Dios. Es el camino de la fidelidad, de la constancia. Somos fieles a nuestro propio destino en Dios. Somos fieles a la idea de que sólo podemos ser en Dios. Escucha a San Pedro:
"Venid a Él, nuestra Piedra viviente, la que rechazaron los hombres pero elegida y precios a los ojos de Dios. Venid y dejad que se os construya, como piedras vivientes, como un templo espiritual. Convertíos en un sacerdocio sagrado para ofrecer los sacrificios espirituales que Dios acepte a través de Jesucristo...Sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación dedicada, gente que Dios ha llamado en su propio nombre... Ahora sois la criatura de Dios, y antes no lo erais; una vez estuvisteis fuera de su piedad, ahora la habéis recibido" (2 P 2, 4-5; 9-10).
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