Con la meditación aprendemos a perdernos en Dios. Aprendemos a quitar el foco de la atención, que está ubicado sobre nosotros mismos, para concentrarlo en la fuerza de todo. Y en el trabajo, a su vez, tenemos la oportunidad de perdernos a nosotros mismos en pos de la tarea, de manera que perdemos nuestro sentido propio. Olvidamos nuestra satisfacción, nuestro goce, y aprendemos a perdernos en Dios.
Nos resulta difícil comprender esto, ya que al ser gente moderna, casi todos en esta sociedad encaramos el trabajo centrándolo en nuestro propio yo. Pero lo esencial de la energía creativa es que se dirija más allá de sí misma. El relojero se pierde en su reloj, el pintor se pierde en su arte.
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